La infancia es un muy buen momento para resolver dificultades y prevenir problemas más graves en la adolescencia y la vida adulta. Los niños, sobre todo en la primera infancia (0-6 años), son como esponjas: aprenden y cambian muy rápido.
Siempre que sea posible, la intervención se realizará principalmente de forma indirecta con los padres, ya que son la herramienta de cambio más potente para sus hijos. De esta forma, se convierten en coterapeutas nuestros y les damos herramientas para que pongan en marcha en casa.
Además, así evitamos el estigma de las etiquetas diagnósticas, que funcionan como profecías que se autorrealizan y en muchas ocasiones, se acaba agravando el problema en lugar de resolverse.
Por otro lado, si es necesario también podemos trabajar con el colegio y dar pautas concretas a los profesionales de la educación para que pongan en marcha en el aula.
La adolescencia es una etapa complicada y llena de cambios. En estos momentos uno puede encontrarse perdido, tanto el adolescente, como la familia. Por ese motivo, es un buen momento para acudir a consulta, resolver dudas, pedir orientación, intervenir lo antes posible y prevenir problemas más graves.
El trabajo puede ser indirecto: con los padres, cuando el adolescente no quiere acudir a consulta; directo: con el adolescente, si quiere buscar ayuda él mismo; o mixto: con el adolescente directamente y con la colaboración de los padres.
Así mismo, en la mayoría de los casos, la implicación de los padres en la terapia es de vital importancia para el éxito de la misma.